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PASO A LA INMORTALIDAD DEL GRAL. JOSÉ DE SAN MARTÍN
Los árboles del General: relatos en torno a la construcción de la identidad sanmartiniana
Una investigadora del CONICET recupera la historia de más de una docena de árboles rescatados para homenajear a San Martín, que traslucen prácticas simbólicas y rituales que contribuyeron a consolidar un imaginario colectivo sobre el prócer.
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Hacia el 2015 existían en Argentina al menos 13 árboles que de una u otra manera se vincularon con la vida de San Martín, según se desprende de un relevamiento publicado por la investigadora del CONICET María Élida Blasco, del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (CONICET-UBA), en la revista Historia Crítica. Reconocidos como “históricos” en muchos casos, estos árboles traslucen además un complejo entramado de prácticas simbólicas y rituales que contribuyeron a consolidar un imaginario colectivo sobre la idea de prócer a lo largo del tiempo.
El tema motivó a Blasco desde el momento en el que, en medio de su investigación doctoral sobre los orígenes de los museos históricos de la Argentina, halló fortuitamente el archivo privado de Enrique Udaondo, fundador del Museo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (1917), y los manuscritos del libro Árboles históricos de la República Argentina que el autor publicó en 1913.
“Eran los originales del manuscrito, junto a toda la correspondencia que le llegaba desde el interior del país, donde diferentes personas informaban sobre la existencia de árboles históricos. Un recorte importante de esta lista eran los árboles vinculados a San Martín”, cuenta Blasco. El artículo buscó reconstruir esta particular práctica, en torno a la señalización y conservación de los árboles en los que el Libertador habría transcurrido momentos de su vida.
“Es una práctica más dentro de un conjunto mucho más amplio de rituales simbólicos”, indica Blasco, como los actos protocolares, las celebraciones o la inclusión de imágenes y textos en los manuales escolares. Pero a diferencia de otras, “tiene una llegada más amplia, porque permite que los relatos acerca de lo que hizo o los lugares por donde transitó se inserten en dimensiones locales, se reconstruyan sentidos y se regeneren nuevas prácticas de ritualización de acuerdo a los contextos sociales y culturales donde se desarrollan”, indica Blasco.
Es que en rigor, la existencia de los árboles de San Martín está sostenida por narraciones populares sobre sucesos o momentos en su vida, como descansar bajo una sombra o comer de tal o cual fruto antes de partir para un combate. “En los momentos en los que elaboran estos relatos, difícilmente quienes los producen pueden probar que la narración se corresponda exactamente con la historia, aunque hay intentos de hacerlo: envían fotografías, documentos, hacen mediciones”, explica Blasco. Y agrega: “Lo esencial es generar relatos que doten de sentido al territorio y que permita recrear una historia relacionada con el paso de San Martín por ese lugar. Luego, con la inclusión de estos relatos orales en los compendios de historia, van dotándose de legitimidad”.
Son más de una docena de árboles rescatados como monumentos o lugares emblemáticos para homenajear a San Martín, que traslucen prácticas simbólicas y rituales que contribuyeron a consolidar un imaginario colectivo sobre el prócer a lo largo del tiempo. Sus historias fueron recuperadas por una investigadora de CONICET.
Una proliferación de árboles
Hacia 1930 estaba comprobada, de acuerdo al trabajo de Udaondo, la existencia de cinco ejemplares de árboles vinculados a la vida de San Martín. El primero de ellos, y el que inició el listado del catálogo de árboles históricos, es el pino bajo el que -se dice- habría descansado el prócer tras la batalla de San Lorenzo, en 1813. Cuidado por la Orden Franciscana, la historia de este ejemplar había sido descripta por el propio Bartolomé Mitre en su obra Historia de San Martín y la emancipación sudamericana. Con el tiempo, en la década de 1940, el árbol fue reconocido como “histórico” por la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos, organizada en 1938.
Tempranamente, aparecieron el ombú de la esperanza, ubicado en San Isidro, donde San Martín, Pueyrredón y Guido juraron consumar la independencia nacional; el sauce de San Martín y O´Higgins (en El Plumerillo, Mendoza), que dio sombra a los generales entre 1814 y 1817; el algarrobo de Pueyrredón, en San Isidro, donde conferenciaron en 1818 San Martín y Juan Martín de Pueyrredón; y el quebracho de San Martín, que se alza al costado de una iglesia en la ciudad de San Luis y “es recordado porque en él, algún día, entre 1816 y 1819, San Martín habría atado allí su caballo”, según recupera Blasco en su artículo.
Relatos sobre una identidad
¿De dónde salen estas historias? Según Blasco, se trata de una doble operación: la identificación de un héroe, y prácticas culturales que acompañan esa consagración. “Sobre finales del XIX y principios del XX, San Martín ya era una figura consagrada, indiscutida por la mayor parte del arco político; había un consenso explícito, una idea de que San Martín era un héroe. Pero, en paralelo, se necesitaba apelar a un tipo de prácticas que acompañen esta consagración. Los árboles son un tipo específico de materialidad que permite ser maleable y circular de una manera diferente a otras. Los sujetos pueden sentirse parte de una historia vivida con San Martín”, agrega.
A diferencia de la historia contada en los libros, estos “mecanismos culturales” son del orden de lo cotidiano, explica Blasco y permiten “otro tipo de ritualizaciones, convocando a las familias, a los que acondicionaron el predio donde se conserva el árbol, al que pintó la cerca, al quien puso el cartel, al los maestros que dan clase bajo el árbol. Hay varios rituales asociados que se multiplican a lo largo de los años y persisten en el tiempo”, analiza.
Las huellas de San Martín
“San Martín se movió por todo el país. Hay huellas suyas en todos lados”, dice Blasco, y la prueba está en la distribución geográfica de este conjunto de flora sanmartiniana: el nogal de Saldán (Córdoba), en el predio donde se habría alojado San Martín, para descansar, en junio de 1814; el algarrobo de La Ramada, en la estancia de Tucumán donde recuperó su salud en 1814; el manzano de Tunuyán, bajo el cual habría pasado la noche a mediados de enero de 1823, cuando volvía de Chile a Mendoza por el paso de El Portillo; el higuerón y las palmeras donde pasó los días de su infancia en Yapeyú, Corrientes, y el olivo que él mismo plantó en la Chacra Los Barriales, en Mendoza.
En 1947, a partir de un artículo de Leónidas Juan Montaña en la Revista Militar, se agregaron la higuera y la parra de Batán de Tejeda, Mendoza, de la que habría comido uvas mientras preparaba su Ejército para el cruce de Los Andes. Muchos de ellos generaron retoños capaces de perpetuar y replicar la simbología sanmartiniana incluso saltando hasta límites internacionales.
Un trabajo que actualmente lleva adelante Carolina Carman, docente de UBA y directora del Museo Roca, indaga en la historia de un retoño de una araucaria mendocina que fue enviado en 1950 desde Argentina a Banff, Escocia, donde San Martín pasó los primeros meses de su exilio, en 1824.
“El árbol existe, lo fui a ver. Lo más interesante es que las escuelas de Banff van a visitar la araucaria de San Martín, que allá se conoce como monkey tree. La memoria de San Martín tiene una relevancia muy particular, incluso tan lejos”, contó Carman.
Un símbolo perpetuo
“¿Cuál es la particularidad del árbol, a diferencia de un objeto material?”, se pregunta Blasco, y responde: “Que se reproduce. Y el acto de reproducción y distribución de los retoños en un multiplicador de sentidos, que a su vez va regenerando el símbolo”.
Esta figura de la reproducción del árbol en gajos, que se obsequian de manera honorífica, comenzó a tornarse masiva desde finales de la década del 1940. Incluso antes, las ramas del pino de San Lorenzo habían servido para adornar el féretro que repatrió las cenizas del héroe desde Boulogne-sur-Mer, en Francia, a la Catedral de Buenos Aires en 1880, y sus ramas “circulaban entre manos privadas y vitrinas de museo”, según indica Blasco en su artículo.
Más que limitarse en el tiempo, la reproducción de la simbología parece potenciarse y extenderse traspasando las narraciones que les dieron origen. “Uno puede analizar el fenómeno como algo del pasado. Sin embargo, en la actualidad es una práctica generalizada que las escuelas concurran de visita a San Lorenzo para ver el pino, que reproduzcan u obtengan un retoño, o que lo dibujen o busquen fotografías. Son prácticas culturales que persisten y por eso la importancia de investigar su procedencia y sus modos de reactualización en la memoria colectiva, finaliza.
Por Romina Kippes
Referencia bibliográfica:
María Elida Blasco (2015). “El devenir de los árboles: ejemplares históricos vinculados a José de San Martín (siglos XIX y XX)”, Historia Crítica, 56. Disponible en: http://journals.openedition.org/histcrit/7324