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DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER Y LA NIÑA EN LA CIENCIA
“El lenguaje organiza el pensamiento: una mujer toma conciencia de los episodios de discriminación que sufre al ponerles palabras”
Lo dice Silvia Kochen, investigadora y secretaria de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología, que reflexiona sobre los avances y retrocesos en materia de género.
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Podría ser una anécdota, pero es mucho más que eso: al observar el universo de más de diez mil becarios y becarias del CONICET, a pesar de tener la misma edad y haber transcurrido la misma cantidad de tiempo en el sistema, más de la mitad de los varones están casados y tienen hijos, mientras las mujeres en esa situación son una minoría. “Esa diferencia nos muestra algo obvio: en la ciencia las mujeres todavía tenemos un techo que hace que tomemos ciertas decisiones, como postergar la vida privada, para poder avanzar en nuestra carrera científica”, vislumbra detrás de la estadística la doctora Silvia Kochen, investigadora principal del CONICET y secretaría de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT), organización que realizó aquel relevamiento entre los becarios y becarias cuyos resultados se publicarán próximamente.
Kochen ofrece sus reflexiones en el marco del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra todos los 11 de febrero desde 2015, una fecha establecida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para alentar la sensibilización sobre la brecha de género en el ámbito de la ciencia. Para esta científica, una de las claves para que las nuevas generaciones se vuelquen a la ciencia es derribar estereotipos, como por ejemplo la idea de que las mujeres deben relegar su vida personal si quieren volcarse a la ciencia.
“Por suerte eso está cambiando, pero aún queda mucho por hacer”, dice Kochen, que de hecho, es el caso opuesto: se casó, tuvo dos hijos y nunca relegó su intimidad en pos de su profesión. “Yo elegí cuándo tenerlos y fue una de las mejores experiencias que tuve como mujer”, asegura. “Fue clave el hecho de elegir y no tener que optar por una cosa u otra”. Tener hijos tampoco le impidió destacarse: hoy es directora de la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencia y Sistemas Complejos (ENyS, CONICET-HEC-UNAJ) y del Centro de Epilepsia de los hospitales Ramos Mejía y Hospital El Cruce, principales organismos públicos especializados de derivación de la enfermedad en Argentina. Pero Kochen siempre sintió una presión extra por haber llegado a puestos de poder. “Nosotras siempre tenemos que demostrar que somos muy buenas en ciencia aunque tengamos familia, amigos, vida social. A los hombres eso no les sucede. Hay estudios internacionales que indican que para ocupar un cargo jerárquico una mujer tiene que tener casi tres veces el mismo camino curricular que un hombre”, advierte.
Aunque nunca se topó con grandes dificultades para avanzar, su carrera no estuvo exenta de los típicos episodios de desigualdad de género del universo científico. Como aquella vez que asistió a un congreso científico, un año después de haber quedado embarazada, y los colegas le preguntaban una y otra vez con quién había dejado a su bebé. “Los hombres no tienen que lidiar con esa pregunta, porque no está mal visto que los dejen al cuidado de otra persona. A mí esa pregunta me daba enojo –recuerda– pero también culpa”. También se vio muchas veces rodeada de colegas varones que se trataban de “doctor” en una reunión, pero a ella, una mujer con el mismo título, la llamaban por su nombre de pila. “Era –recuerda– una forma sutil de descalificarme”. Llegó, en alguna época, a recomendar que en los papers que publicaran las mujeres no pusieran su nombre completo, sino apenas la inicial del nombre y el apellido, para sortear la posibilidad de que el revisor del artículo le diera un trato desigual al advertir que se trataba de una autora mujer y no de un autor varón. Esto último se graficó en un estudio publicado en la revista The Lancet en 2019, que comprobó que las mujeres tienen menos éxito cuando a los revisores se les pide explícitamente que revisen al investigador principal.
“El tomar conciencia de que todas esas cosas que me sucedían a lo largo de mi carrera no tenían que ver conmigo, sino con cuestiones de machismo, discriminación, desigualdad, que son culturales y sociales, a mí me ayudó muchísimo –asegura–. Fue un camino de ida. Como pasa con cualquier situación de malestar, cuando una entiende que no es algo personal, te libera de una carga”.
En el camino
Su toma de conciencia comenzó en 1994, cuando fundó la RAGCyT junto a las científica Ana María Franchi, doctora en química, investigadora superior del CONICET y actual presidenta del organismo autárquico, y Diana Maffia, doctora en Filosofía del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (UBA). La creación de la Red se dio en el contexto de la realización de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing. “Con esa excusa nos encontramos las mujeres que estábamos en la ciencia y en la tecnología. Nos hicimos amigas y fuimos descubriendo desde un inicio las dificultades que todas teníamos en el ámbito por ser mujeres, el estado de invisibilidad en el que estábamos”.
La primera acción como Red fue discriminar por género los ingresos al CONICET. Era algo que, hasta entonces, no sucedía: explicitar cuántas mujeres y cuántos hombres habían ingresado a cada estamento de la carrera. “Era una situación que se repetía en muchas partes del mundo: al no discriminar, entre comillas, se discriminaba, se ocultaba algo que estaba ocurriendo. Intuitivamente nos parecía que nuestras compañeras mujeres hacían un parate en su carrera mucho más que los hombres, y como por nuestras formaciones solíamos manejar estadísticas y datos duros, quisimos verlo en lo concreto. En ese momento nos decían que no era necesario establecer esas diferencias, pero cuando hicimos un primer análisis estadístico, fue fuertísimo, porque se demostró la hegemonía total de los hombres, especialmente en las categorías superiores, en la dirección de institutos, en los lugares de poder”.
Una vez publicados esos primeros resultados, avanzaron en un trabajo cualitativo: buscaron los testimonios de las mujeres que habían logrado espacios de máxima categoría dentro del ambiente científico. “Allí lo que nos encontramos que fue muy conmovedor –recuerda Kochen–, porque en sus relatos ellas empezaban diciendo que nunca habían sido sometidas a ningún tipo de discriminación, pero cuando dejábamos que avance el relato, nos encontrábamos con anécdotas de lo más “divertidas, como que por ejemplo ganaban una beca, ella y su marido, y a él le daban la posición completa y a ella media beca, porque era la esposa. A partir de ir narrando su historia, cada una en su propia biografía, fueron viendo que habían naturalizado la discriminación. Es algo que como neurocientífica yo estudié: el lenguaje organiza el pensamiento”.
Pasaron más de dos décadas después de las primeras estadísticas que realizaron, y Kochen asegura que los avances en materia de género ya no tienen vuelta atrás. “Por fortuna ya es muy políticamente incorrecto tener una actitud de acoso o de descalificación. Ya hay derechos ganados que tenemos las mujeres, a transitar de otra manera en ciertos lugares que nos eran vedados”, señala. “Es mucho más saludable todo”.
El próximo proyecto que realizarán desde la RAGCyT será una actualización de las estadísticas en materia de género en la ciencia, financiadas por la Unión Europea. “La foto ha cambiado y queremos tener datos”, dice Kochen. “Y también queremos rastrear a las mujeres que van quedando en el camino. Qué ocurre con esas biografías, cuántas veces no soportaron la presión, la discriminación, es un dato que no es menor y queremos saber qué pasa ahí”, concluye.
Por Cintia Kemelmajer